Egipto necesitaba sacar provecho de estas maravillosas riquezas del país, por medio de uno población activa, inteligente, que supiera organizar y que gustara del orden. Tales cualidades las poseían los egipcios y lo han demostrado tanto por sus realizaciones sociales como por sus logros artísticos. La población de Egipto parece que fue densa bajo la duodécima dinastía en la que Tebas parece que fue considerable en donde la parte oriental debieron conocer mayor prosperidad y cierta afluencia de habitantes. En lo sucesivo fue el bajo Egipto la región más poblada. Bajo Amenofis II, en que Egipto se vio en la cima de su grandeza, alimentara de nueve a diez millones de habitantes, resultaría un país bien poblado pero que no habría consumido más de lo que le procuraba su rico territorio.
Las modalidades que revistieron el poder y las diferentes aplicaciones que procedieron de él, nos ha revelado una unidad de dirección, la centralización y la utilización por un poder único de todas las fuentes de riqueza y de energía. Se comprendía que el Estado, que disponía de todo, pudiera emprender expediciones comerciales; las cuales evidentemente, había que proteger, donde iban a buscar las sustancias aromáticas necesarias para el culto divino.
La condición fundamental que permite la edificación de monumentos aparentemente monstruosos fue el reunir los hombres y el material necesario, darles un mando y dirigirlos hacia un objetivo único. En este respecto, las tumbas de los reyes del Imperio Nuevo no difieren mucho si se piensa que el templo del Valle era parte integrante de ellas. La única que queda lo bastante intacta para dar una idea de la importancia económica de la construcción es la de Ramsés III en Medinet Habú.
El resultado financiero de las expediciones emprendidas por el Estado fue, evidentemente, de primera importancia. En Egipto no parece que fuera muy sistemática la explotación de oro del desierto oriental, pero la cantidad de oro suministrado por Nubia en la decimoctava dinastía es enorme: unos dos mil seiscientos kilogramos en el año 38, y más de tres mil en el año 41. Bajo Ramsés III, el templo de Amón, en mucho el más importante del reino, no había recibido más que doscientos setenta y tres Kilogramos de oro, lo que es poco en comparación con las fabulosas cantidades que había percibido Tutmosis III en el sur. El oro era uno de los productos objeto de comercio. Es muy difícil precisar como modifico la balanza comercial del país la ruina del Imperio Egipcio. Se presume que, desde el final de la vigésima dinastía, si bien no se había interrumpido el comercio entre el Delta y el Líbano, no se daba en él movimiento de los períodos imperiales.
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